Su casa nunca fue hogar de muchos roedores, sin embargo,
últimamente su presencia parecía haberse incrementado peligrosamente. Estaba
segura, y aunque desde hacía algunos meses no había tenido la oportunidad de
verlos directamente, si que escuchaba constantemente sus manitas rascar contra
el suelo de madera de toda la casa. Una vez incluso, le pareció ver una sombra
desde aquel minúsculo agujero de su cuarto que daba directamente al sótano.
Eran curiosas aquellas criaturas, su hiperactividad se incrementaba cuando
estaba sola. Tenía la sensación de estar enloqueciendo, junto al aumento de los
roedores los olores de la casa parecían haberse modificado ligeramente. Además,
a causa del estrés por la plaga también estaba perdiendo memoria, sus cosas a
menudo se extraviaban. Bajó al sótano. Con una mano sobre el picaporte y en la
otra una bolsa de veneno, se dispuso finalmente a enfrentarse a los intrusos.
Sin embargo, cuando abrió la puerta no fueron ratones ni ratas lo que encontró.
Frente a ella: fotografías suyas mientras dormía, algunos de sus objetos
perdidos y un cuchillo con una nota: “Juntos para siempre”.
viernes, 29 de abril de 2016
sábado, 23 de abril de 2016
Casa África: Purorrelato III
Les dejo con la publicación del recopilatorio de relatos cortos seleccionados en el concurso de la Casa África del año 2015, en el que se encuentran dos relatos míos:
Dulce llanto, en la página 40 y Calurosas llamas en la página 45. Lo pueden leer siguiendo este link:
viernes, 22 de abril de 2016
Ahora o nunca
Estaba sentada ante su máquina de escribir, la miraba con
cierto tono de desconfianza. Cuando observaba las teclas oscuras sólo le
llegaban a la cabeza palabras negativas. “¿Por qué solo seré capaz de escribir
sobre lo malo de la vida?”, pensó. Marta continuó sin hacer mucho más que
observar aquella vieja máquina de escribir durante bastante más tiempo.
Cualquier observador ajeno hubiese pensado que andaba perdiendo el tiempo, pero
alguien con más sensibilidad se hubiera dado cuenta de que en realidad estaba
aprovechándolo al máximo, como nunca antes lo había hecho. De repente la cara
de Marta se puso muy roja, tan roja que parecía que iba a estallar en cualquier
momento. Quizás fuera por la desesperación de no lograr salir de su círculo vicioso
de oraciones oscuras, o por no ser capaz de salir de aquellas temáticas tristes
que siempre la perseguían. Pero lo cierto, es
que su radiactivo rojo iba creciendo a velocidades vertiginosas.
Marta se concentraba, se concentraba tanto que se había olvidado
de respirar. Curiosamente, fue a causa de aquel olvido que nació Ahora. Ahora nació del asombro, ni ella ni Marta esperaban su repentina
creación. Ahora era efectivamente una
palabra, pero no era una palabra escrita sobre papel, ella era una palabra
vomitada, fruto de un estallido, de un enorme torrente de otras palabras que se
habían agolpado en el interior de la cabeza de Marta y que a causa de su enorme
concentración habían subido de temperatura. Fue tanto lo que se quemaron que
algunas de ellas, protegidas por un grueso colchón de otras de su léxico, alcanzaron
los grados necesarios para cobrar vida propia. Sin embargo, fue Ahora, con la súbita fuerza de su
reciente conciencia, quien pudo saltar desde la oreja derecha de Marta hasta el
suelo.
Aquel momento sin duda fue traumático para ambas. Marta
sintiendo de repente las terribles ganas de respirar, dio una profunda bocanada
de aire y justo en aquel momento sintió un fuerte estallido en su oreja. Dolió,
muchísimo, como esas ocasiones en las que los tímpanos parecen estallar porque
necesitan recomponer su forma tras subir a mucha altura, pero multiplicado por
diez. Por unos minutos Marta no fue consciente de la nueva vida que observaba
sorprendida y asustada desde el suelo. Necesitó unos minutos para recomponerse,
tomar aire y reponerse del enorme dolor de oído. Cuando fue capaz de levantarse
y en un profundo impulso por alejarse de aquella máquina de escribir que la
acosaba y que le recordaba la mediocridad de sus ideas, sintió que su pie
izquierdo descalzo pisaba una superficie blanda y viscosa. Sin duda orgánica.
Su cuerpo, como en muchas ocasiones en las que siente y es
consciente de una textura como aquella, reaccionó rápidamente obligándola a dar
un enorme salto. La sensación de desagrado viajó como un rayo desde la planta
de su pie, eléctrica, por su pierna, subiendo por la espalda hasta llegar a su
cerebro dejando a su paso un largo rastro helado. De su boca se escapó un “ah”
ahogado que, sin embargo, no tendría ni un punto de comparación con el “AH”
profundo y fuerte que salió por su boca al dirigir su mirada al suelo y ver a
aquella pequeña palabra viscosa, con redondos ojillos que la observaban desde
abajo, no sin cierto resentimiento por haber sido pisada.
Y en este punto todos nos preguntamos: “¿Cómo puede tener
ojos una palabra?” “¿Cómo puede siquiera alcanzar una forma orgánica?” Quizás
la respuesta esté en las fuerzas que ponga uno al pensar algo. Quizás Marta
había superado el umbral de poder de concentración del ser humano y esta era
una de las consecuencias de ello. Tras este chocante encuentro, Marta fue
corriendo al baño, sin duda creía que aquello no podía ser más que consecuencia
de las altas horas de la madrugada y el tiempo que había pasado sin dormir. “¿Qué
ha sido eso?” “¿Lo he visto de verdad?”, pensó mientras cerraba de un portazo
la puerta y respiraba entrecortadamente. Dejó que pasara algo de tiempo y,
convencida finalmente de que todo aquello era producto de su imaginación,
decidió ir a la habitación donde había sucedido todo y comprobarlo.
Cuando se acercó a la puerta del escritorio, todo estaba
sumido en una oscuridad profunda más espesa de lo que recordaba. Además, el
aire estaba impregnado por una extraña fragancia, como de cera de vela
derretida, muy intensa. Sin embargo, no recordaba haber encendido ninguna,
había estado trabajando con una pequeña lámpara eléctrica. A pesar de que
estaba convencida de su decisión de que todo era producto de su imaginación,
sentía miedo, mucho miedo. Es por ello que sus pasos eran inseguros y dar cada
uno de ellos le costaba infinitamente. Le pareció escuchar sonidos, algunas
hojas moviéndose quizás, y de entre el viento que se filtraba por su ventana le
pareció escuchar un “ahora”, muy bajito, con voz débil y algo aguda. Marta
logró alcanzar el interruptor de su lámpara, por lo que la luz se extendió
sutilmente alejando al fin la negrura. Echó rápidos vistazos a toda la
habitación y respiró profundamente aliviada al no ver a aquel ser por los
alrededores.
Sin embargo, tras observar en mayor profundidad, se fijó en
un montículo de folios cerca de la papelera. Hojas arrugadas que había
intentado lanzar a su interior, pero que a causa de su torpeza no había
conseguido introducir y se habían amontonado. La imagen era muy recurrente en
todos los lugares donde solía aislarse para escribir a solas, odiaba tener que
compartir ese espacio con alguien más, su soledad era sagrada. Y es que
escribir era su mayor hobby, y como gran pasión que era, lo hacía constantemente
durante horas, a pesar de ello, la mayoría de veces decidía que el único lugar
digno para aquellas hojas llenas de palabras era la basura. Sin embargo, en
aquella ocasión a Marta le pareció que el montículo de folios desechados era más
grande de lo normal. Además, entre el juego de las sombras que generaba la poca
luz de su lámpara, le pareció percibir movimientos extraños. Se acercó a
regañadientes, siendo en realidad plenamente consciente de lo que iba a suceder
a continuación.
Con las manos cautelosas, como cuando tienes que recoger los
restos de basura que no han llegado a entrar en la bolsa, y con una expresión
de asco en la cara, Marta levantó algunas de las hojas y redescubrió el fruto
de su creación: Ahora. Esta vez se
obligó a enfrentar a la palabra, a pesar de la reacción desmedida de su cuerpo
que le gritaba que saliera de nuevo corriendo. La palabra estaba encogida,
temblorosa y no fue hasta varios segundos después que se atrevió a mirar a su
creadora a los ojos con sus propios ojillos acuosos. El tiempo pasó entonces
lento, compuesto tan solo por unos segundos, pero dilatado por el silencio que
pesó como una enorme losa sobre sus cuerpos. Fue un ahora pronunciado por la palabra el que rompió aquel incómodo
estadio. Y como si aquello hubiese sido tan solo la punta del iceberg que
escondía un gran torrente de energía, los ahora
comenzaron a fluir desenfrenados por aquella palabra que observaba a Marta
con muchísima más confianza en sí misma. Marta no podía sino mirarla
desconcertada en un principio, para luego escrutarla con ira y desagrado cuando
ya hacía más de media hora que la
palabra no paraba de pronunciar lo mismo una y otra vez mientras daba saltos
exaltados.
Marta entonces estalló: “Para, ¡para! ¿Es que no sabes decir
otra cosa?”, gritó. Entonces Ahora la
miró desconcertada, parecía que había menguado, la palabra viviente se quedó
callada unos segundos perpleja, mirándola con enormes ojos, y no porque estos
hubiesen crecido sino porque era el cuerpo el que se había hecho cada vez más
pequeño mientras que los ojos habían conservado su tamaño original. Ahora o nunca. Fueron las palabras que
pronunció la criatura y que inesperadamente rompieron el silencio que se había
vuelto muy pesado. Entonces los enormes ojos de la criatura se cerraron y su
cuerpo se secó generando decenas de hojas de papel quemadas. Marta parpadeó con
mucha fuerza varias veces seguidas, sin duda aquella experiencia había sido la
más extraña de su vida. Fue a la cocina, se hizo un té bien caliente, se sentó
frente a la máquina de escribir y empezó la frase de su nueva obra literaria con
un contundente Ahora.
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