Corriente marina, explosión de energía entre balbuceos
rotos. El sonido distante de aleteos pequeños y raquíticos. Suspiros entrecortados
y la sensación de que algo se queda a medio camino entre el sueño y la vigilia
plena. Piececitos diminutos que caminan por tu garganta y te hacen toser. La
tos que se hospeda como un monstruo invisible abrazándote el cuello. Te quiere,
pero de tanto amor ahoga. Sacudida intensa que centrifuga tus sesos, se licúan y
se escapan por tus orejas sobre el colchón.
domingo, 16 de octubre de 2016
martes, 4 de octubre de 2016
¿Sueñan las paredes con taladros eléctricos?
Encontraron un viejo taladro en
el sucio trastero del piso al que acababan de mudarse. Tal descubrimiento les
sorprendió mucho pues la casa se encontraba completamente vacía cuando llegaron
según estipulaba su contrato. Sin embargo, ahí estaba aquel taladro en un
rincón oscuro y maloliente, enmascarado con una gruesa capa de polvo y colocado
en una posición difícil, como si lo hubiesen apartado de la vista adrede. Era
robusto, pesado y lleno de complicados engranajes innecesariamente grandes. A
pesar de su apariencia incómoda, una intensa felicidad invadió sus cuerpos, al
fin y al cabo ¿quién no necesita un taladro en algún momento? Así que lo
rescataron de aquella tumba improvisada, lo limpiaron y lo colocaron sobre la
mesa del comedor. El taladro sin duda se convirtió en el protagonista del salón
pues hacía poco tiempo que se habían acomodado en aquella casa, y apenas
contaban con muebles. La luz del día o la de una lámpara por la noche rebotaba
contra su superficie metálica generando pequeños brillos hipnóticos. Tras una
semana, y con el ajetreo de la mudanza, prácticamente tanto él como su compañero de piso lo habían olvidado. Sin
embargo, fue exactamente al décimo día de su estancia en la nueva casa cuando
aquellos sueños comenzaron a hacer acto de presencia. El primer sueño fue sobre una estantería de
pared que parecía imprescindible. No había tenido la necesidad de una hasta
entonces, sin embargo, al día siguiente sin pensarlo mucho, sus pies lo
llevaron hasta el Ikea más cercano y compró dos estanterías de pared en lugar
de una, pero solo por si acaso. Tras mirar las instrucciones y comprar más de
veinte tornillos con sus respectivos tacos de plástico de 8mm de diámetro, se
dispuso a utilizar finalmente, no sin algo de miedo, el aparato misteriosamente
encontrado. Tenía vía libre para colgarla en cualquier lugar, ya que su amigo y compañero de piso se había tenido que ausentar durante un largo periodo en un viaje espiritual a
la India.
Curiosamente, cuando tuvo el
taladro en sus manos se sintió fuerte, lo sujetó como podría haber sujetado un
AK 47. De niño siempre le dio miedo escuchar a su padre hacer agujeros en la
pared. Y cuando volvía de alguno de sus viajes con muchas nuevas artesanías que
colgar, solía salir corriendo para esconderse bajo una sábana en su cama y
apretarse muy fuerte los oídos. Sin embargo, mientras sujetaba aquella enorme
herramienta el vientecillo del taladro girando a velocidades de vértigo le hizo
sentirse eufórico, y observaba extasiado como la broca iba introduciéndose cada vez más dentro
de la pared. Comprobó asombrado como por sus venas se había generado un
incremento considerable de adictiva adrenalina y dopamina. La estantería fue la
primera, pero no la última de los nuevos complementos que necesitaría colocar
de forma improvisada en días posteriores con su taladro. Y ahora que las
paredes de su casa ya no eran un elemento secundario, sino una apasionante
parte más de su vida, se dio cuenta de algunos detalles que antes había pasado
por alto. Una multitud de casi imperceptibles montañitas se extendían por todas
las paredes del piso, como si alguien ya antes que él hubiese hecho centenares
de agujeros que posteriormente se cubrieron con yeso. Sin darle mucha
importancia, continuó durmiendo y soñando con nuevos cuadros que colgar,
percheros y todo ese tipo de vicisitudes que necesitan de agujeros.
Sin embargo el destino no se lo
ponía nada fácil. A veces y cada vez con mayor frecuencia, el taladro en su
fluir hipnótico se topaba con superficies demasiado duras para atravesarlas, zonas
cableadas y alguna que otra tubería que dificultaban su trabajo. Aquella tarea, que
comenzó como una placentera adicción, se fue convirtiendo en una terrible
obsesión de pesadilla. Las paredes de la casa le habían declarado la guerra, y
todas las necesidades que le iban surgiendo quedaban frustradas por los
obstáculos que de repente habían surgido de la nada. Era imposible, cada
centímetro estaba minado, y en lugar de rendirse su ira interna lo llevaba a
hacer cada vez más y más agujeros. Llegaba tarde a su trabajo, olvidaba
desayunar y tenía sueños en los que las paredes se reían a su costa. Llegó a
contar quinientos veinticinco agujeros dispuestos por todo el piso, entre el
baño, el salón, la cocina y su habitación. Pero no fue hasta el momento del
nacimiento de su agujero número quinientos veintiséis cuando sintió un temblor
profundo, que provenía de los cimientos de la casa. Confuso, mantuvo en las
manos su taladro sin continuar perforando, esta vez parecía que la broca podría
llegar al final de su camino sin problemas, pero aquel rugido le hizo dudar. Tras
dejar a un lado sus temores, pudo más su impulso de continuar y lo hizo, pues todo
lo que se empieza se acaba y la satisfacción de un agujero bien hecho era más
potente que cualquier temblor sospechoso. Logró alcanzar su final y al compás de
un suspiro de satisfacción exhalado por su boca, los cimientos rugieron de
nuevo y las paredes se derrumbaron dejándolo bajo una gruesa capa de cemento,
yeso, cables y tuberías retorcidas. Del quinto piso, donde vivía, no quedó a la
vista más que ruinas y una mano que sobresalía sujetando fuertemente un enorme
taladro.
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