Corriente marina, explosión de energía entre balbuceos
rotos. El sonido distante de aleteos pequeños y raquíticos. Suspiros entrecortados
y la sensación de que algo se queda a medio camino entre el sueño y la vigilia
plena. Piececitos diminutos que caminan por tu garganta y te hacen toser. La
tos que se hospeda como un monstruo invisible abrazándote el cuello. Te quiere,
pero de tanto amor ahoga. Sacudida intensa que centrifuga tus sesos, se licúan y
se escapan por tus orejas sobre el colchón.
domingo, 16 de octubre de 2016
martes, 4 de octubre de 2016
¿Sueñan las paredes con taladros eléctricos?
Encontraron un viejo taladro en
el sucio trastero del piso al que acababan de mudarse. Tal descubrimiento les
sorprendió mucho pues la casa se encontraba completamente vacía cuando llegaron
según estipulaba su contrato. Sin embargo, ahí estaba aquel taladro en un
rincón oscuro y maloliente, enmascarado con una gruesa capa de polvo y colocado
en una posición difícil, como si lo hubiesen apartado de la vista adrede. Era
robusto, pesado y lleno de complicados engranajes innecesariamente grandes. A
pesar de su apariencia incómoda, una intensa felicidad invadió sus cuerpos, al
fin y al cabo ¿quién no necesita un taladro en algún momento? Así que lo
rescataron de aquella tumba improvisada, lo limpiaron y lo colocaron sobre la
mesa del comedor. El taladro sin duda se convirtió en el protagonista del salón
pues hacía poco tiempo que se habían acomodado en aquella casa, y apenas
contaban con muebles. La luz del día o la de una lámpara por la noche rebotaba
contra su superficie metálica generando pequeños brillos hipnóticos. Tras una
semana, y con el ajetreo de la mudanza, prácticamente tanto él como su compañero de piso lo habían olvidado. Sin
embargo, fue exactamente al décimo día de su estancia en la nueva casa cuando
aquellos sueños comenzaron a hacer acto de presencia. El primer sueño fue sobre una estantería de
pared que parecía imprescindible. No había tenido la necesidad de una hasta
entonces, sin embargo, al día siguiente sin pensarlo mucho, sus pies lo
llevaron hasta el Ikea más cercano y compró dos estanterías de pared en lugar
de una, pero solo por si acaso. Tras mirar las instrucciones y comprar más de
veinte tornillos con sus respectivos tacos de plástico de 8mm de diámetro, se
dispuso a utilizar finalmente, no sin algo de miedo, el aparato misteriosamente
encontrado. Tenía vía libre para colgarla en cualquier lugar, ya que su amigo y compañero de piso se había tenido que ausentar durante un largo periodo en un viaje espiritual a
la India.
Curiosamente, cuando tuvo el
taladro en sus manos se sintió fuerte, lo sujetó como podría haber sujetado un
AK 47. De niño siempre le dio miedo escuchar a su padre hacer agujeros en la
pared. Y cuando volvía de alguno de sus viajes con muchas nuevas artesanías que
colgar, solía salir corriendo para esconderse bajo una sábana en su cama y
apretarse muy fuerte los oídos. Sin embargo, mientras sujetaba aquella enorme
herramienta el vientecillo del taladro girando a velocidades de vértigo le hizo
sentirse eufórico, y observaba extasiado como la broca iba introduciéndose cada vez más dentro
de la pared. Comprobó asombrado como por sus venas se había generado un
incremento considerable de adictiva adrenalina y dopamina. La estantería fue la
primera, pero no la última de los nuevos complementos que necesitaría colocar
de forma improvisada en días posteriores con su taladro. Y ahora que las
paredes de su casa ya no eran un elemento secundario, sino una apasionante
parte más de su vida, se dio cuenta de algunos detalles que antes había pasado
por alto. Una multitud de casi imperceptibles montañitas se extendían por todas
las paredes del piso, como si alguien ya antes que él hubiese hecho centenares
de agujeros que posteriormente se cubrieron con yeso. Sin darle mucha
importancia, continuó durmiendo y soñando con nuevos cuadros que colgar,
percheros y todo ese tipo de vicisitudes que necesitan de agujeros.
Sin embargo el destino no se lo
ponía nada fácil. A veces y cada vez con mayor frecuencia, el taladro en su
fluir hipnótico se topaba con superficies demasiado duras para atravesarlas, zonas
cableadas y alguna que otra tubería que dificultaban su trabajo. Aquella tarea, que
comenzó como una placentera adicción, se fue convirtiendo en una terrible
obsesión de pesadilla. Las paredes de la casa le habían declarado la guerra, y
todas las necesidades que le iban surgiendo quedaban frustradas por los
obstáculos que de repente habían surgido de la nada. Era imposible, cada
centímetro estaba minado, y en lugar de rendirse su ira interna lo llevaba a
hacer cada vez más y más agujeros. Llegaba tarde a su trabajo, olvidaba
desayunar y tenía sueños en los que las paredes se reían a su costa. Llegó a
contar quinientos veinticinco agujeros dispuestos por todo el piso, entre el
baño, el salón, la cocina y su habitación. Pero no fue hasta el momento del
nacimiento de su agujero número quinientos veintiséis cuando sintió un temblor
profundo, que provenía de los cimientos de la casa. Confuso, mantuvo en las
manos su taladro sin continuar perforando, esta vez parecía que la broca podría
llegar al final de su camino sin problemas, pero aquel rugido le hizo dudar. Tras
dejar a un lado sus temores, pudo más su impulso de continuar y lo hizo, pues todo
lo que se empieza se acaba y la satisfacción de un agujero bien hecho era más
potente que cualquier temblor sospechoso. Logró alcanzar su final y al compás de
un suspiro de satisfacción exhalado por su boca, los cimientos rugieron de
nuevo y las paredes se derrumbaron dejándolo bajo una gruesa capa de cemento,
yeso, cables y tuberías retorcidas. Del quinto piso, donde vivía, no quedó a la
vista más que ruinas y una mano que sobresalía sujetando fuertemente un enorme
taladro.
domingo, 25 de septiembre de 2016
Algo feo
Cuando el telón cayó frente a su cara se hizo el silencio.
Se destruyó el escenario, se destrozó el atrezo. Solo quedaban ella y aquel
personajillo arrugado que intentaba esconder su desnudez con un trozo de tela
roja. El hombrecillo temblaba, como también lo hacía ella. Él por su
fragilidad, ella por su vergüenza. Ambos se miraban fijamente perplejos. Ojos
enormes. Pupilas dilatas. Aquella criatura masculina había aparecido de la
nada. Generación espontánea. Nadie lo había invitado y probablemente ni él
mismo deseaba su existencia. Sin embargo allí estaban, ella sentada frente a
las ruinas del escenario observando perpleja, y él de pie en el centro del caos,
buscando respuestas en su mirada. Quizás la criatura fuese fruto de aquella
obra teatral mala que acaba de presenciar, de un argumento infantiloide, de actos predecibles y giros sin justificación
lógica en un guión bien escrito. Lo indudable era que la mentira había caído,
como tantas otras veces. Pero esta era la primera vez que se materializaba en algo tan feo.
sábado, 24 de septiembre de 2016
Y que pensé que la soledad se transformaría en grito. En una
vorágine llena de ideas, de palabras entrelazadas en escrituras deformes. En
sensaciones acompasadas que se apilarían formando creaciones. Pero lo que llega
a mis oídos es un goteo constante. Información ordenada. Mirada frívola. El
sin-sentir la necesidad de una respuesta. El
rechazo a la asfixia de egos inflados. Ojos que solo devuelven sus
propios ojos. Poros que no sudan sino que lo absorben todo sin ofrecer nada.
miércoles, 14 de septiembre de 2016
Las voces de la calle son distantes, las escucho cerca sí,
pero comprenderlas es difícil. Balbuceos confusos. Ante mis ojos pasan rostros,
caras enormes que se quedan mirándome, escrutadoras. Siento que todos esos ojos
intentan entrar de alguna forma en mi mente, juzgar lo que ahí guardo, mis
secretos, mis recuerdos oscuros, mis inseguridades, mis dudas. Algunas miradas
me son familiares, pero cuando se acercan solo quiero huir, salir corriendo.
¿Se están cerrando mis párpados? Estoy segura de que ahora mis ojos son muy
pequeños. ¿Se habrán dado cuenta los demás? Sí, no hay duda de ello, debo
intentar mantenerlos muy abiertos. Cada paso es una tarea arriesgada, siento la
presencia de peligro, debo estar alerta. ¿Por qué se acercan a hablarme? No sé
qué decir, qué contestar, sólo quiero que me dejen sola para no tener que
seguir manteniendo la compostura. Estoy haciendo el ridículo. Sí, lo estoy
haciendo, por eso todos sonríen y ríen. Me alejo de la multitud. Camino errante
por calles que conozco al dedillo de día, pero que ahora parecen haberse transformado
en un complejo y retorcido laberinto. ¿Se están oscureciendo los bordes de mi
entorno? ¿Por qué me es tan difícil enfocar la mirada? Un túnel. Eso, un túnel
oscuro que se va cerrando en torno a mí. Creo que es el momento de huir a casa,
encontrar un taxi y fingir por última vez antes de irme a
dormir.
lunes, 29 de agosto de 2016
Dulce llanto
Entre las ramas de los árboles y en el propio vacío de la sabana, se podía distinguir el peculiar llanto de un niño recién nacido. Su llanto no era agudo o estridente, era más bien todo lo contrario. Grave y absorbente, parecía viajar a través del viento, comunicándose con los animales, pequeños o grandes, que quedaban profundamente aletargados al percibirlo. Poco a poco, todos ellos levantaron sus orejas, y como en una única manada se dejaron llevar por sus instintos, buscando tranquilamente y sin correr, el lugar del que surgía aquel llanto que tan relajados los hacía sentir. Marchaban leones, hienas, cebras, jirafas... como en un desfile, caminando ordenadamente y sin mirarse los unos a los otros, haciendo caso tan solo a la sensación de bienestar que tan de repente les había embargado.
Tras cientos de pasos andados, los animales llegaron a un pequeño montículo de hojas del que asomaban unas manitas rollizas, que se movían al compás de aquel llanto que ahora se había transformado en balbuceos. La piel oscura y ligeramente verde de un niño, brillaba con los últimos cálidos rayos del sol. Los animales no paraban de acumularse a su alrededor, y cuando el sol se escondió por completo, la hierba abrazó al bebé dejándolos perplejos. El silencio los despertó a todos, fueron conscientes de sus presencias y fue entonces cuando comenzaron a perseguirse los unos a los otros.
(Relato publicado en la tercera edición de Purorrelato de la Casa de África)
miércoles, 24 de agosto de 2016
Irritado y molesto
Dolor
de cabeza intenso. Siente como los límites que rodean el vacío de su interior
están irritados y molestan. A cada momento nota que su dolor podría calmarse
alcanzando otra meta, pero los logros llegan efímeros y se desvanecen como gotas
de agua en el mar. El peso de la incertidumbre, la necesidad de sentirse
independiente y con las riendas de su futuro sólidas. ¿Acaso no podría
convertirse eso en una luz lejana y que al alcanzarla nada aporta? ¿Y qué
pasaría si fuese cierto? Es el camino constante de una búsqueda por calmarse.
La presión de su ego. Los demonios que asoman tras los pliegues de su ropa. La
envidia, el afán del reconocimiento en los otros. Y con ellos se contraponen ideas
confusas, la necesidad de un dejarse llevar sólo por sí misma, de estar sola. El
imposible y la mentira que luchan dados de la mano, y que se acomodan y bailan
entre sus neuronas. Mientras tanto, a lo lejos se escucha el molesto sonido
de un taladro y con el él el recordatorio de las rutinas que se repiten inevitables
y constantes. Y de él surge el cansancio que genera plantarles cara por la
creciente necesidad de romperlas.
lunes, 22 de agosto de 2016
Ojos hinchados
Se
sorprendió a sí misma mirando fijamente la entrepierna de aquel personaje
absurdo, que se contoneaba entre mujeres desnudas en la pequeña pantalla de su televisor
anticuado. Eran las tres de la mañana, quizás las cuatro o las cinco, poco
importaba. Sobre la mesa varias botellas de cerveza vacías y trozos de hierba
desparramados. Ojos hinchados. Su mirada perdida jugaba a zambullirse en
aquella película porno llena de clichés, en la que abundaban las escenas de
penetraciones desenfrenadas y los bailoteos de tetas enormes. Parecía muy concentrada
en todo aquello, aunque era reseñable su rostro inexpresivo y carente de la más
mínima excitación. De repente, apartó la mirada del televisor y decidió que
sería mejor acompañar aquella patética escena de un buen porro reciclado con
las sobras que se esparcían sobre la mesa. Mientras lo liaba se le escapó una
lágrima, tragó ruidosamente saliva para contener el resto y buscó desesperada el mechero. Con la primera calada vino a su mente la odiosa pregunta: "¿Dónde
queda ahora la niña buena?" y mientras sentía como el THC se esparcía en sus
pulmones se auto respondió con un : "que le jodan". Habían discutido
de nuevo, ella llevaba varias horas esperando a que por arte de magia él
entrara por la puerta con una sonrisa y nuevas energías sin viciar. Sin
embargo, él había huido con un sonoro portazo y aunque ella se había rebajado
de nuevo pidiéndole diez mil disculpas, a pesar de haberse prometido no volver
a hacerlo, llevaba ya horas esperándole. Entonces, mientras se perdía entre el denso humo y los gemidos lejanos del televisor, decidió olvidarlo todo y se imaginó tirándose a otros mientras
su cuerpo volaba sobre una suave nube ficticia.
miércoles, 17 de agosto de 2016
El cerebro y la locura
Cuánta presión siento en la cabeza... ¿se estará encogiendo mi cráneo? Quizás sea por eso que me duela tanto al pensar, que me canse tan rápidamente... y ese dolor tan aguado... dios... tendré que consultar al médico... Pero me llamará loco, me llamará loco cuando me presente a su consulta con un metro y la libreta donde apunto el diámetro de mi cabeza mensualmente. Y aunque le enseñe ese listado de números que cada vez se hacen más pequeños no me creerá y me aconsejará ir a psiquiatría... ¿Y si me hago una foto cada semana? ¿También él notará la reducción? Es que no lo entiendo, es desproporcionado, me miro al espejo y veo mis anchos hombros, mis brazos largos... y coronando el cuerpo, esa pequeña cabeza en constante disminución, como una ciruela que se convierte poco a poco en pasa. ¿Por que sólo lo veo yo? ¿Es que el mundo está ciego? ¿A nadie le importa que me convierta en un ser irracional? ¿A nadie le importa que mi masa cerebral se encoja tanto que ya no sea capaz de pensar, de sentir, de recordar? Seré un cuerpo sin mente... un mono de feria, y me disecarán, y me llevarán al museo como si fuese una especie de reliquia extraña: "El hombre de la cabeza más pequeña del mundo". Aunque al menos así seré especial... porque ¿Seré especial, verdad?
(Relato seleccionado para la publicación de "Cosas imposibles con un amor posible" en la categoría de Jóvenes Escritores realizado en 2008)
viernes, 15 de julio de 2016
Había explotado
Miró hacia abajo y un enorme torrente de energía se escapaba
de entre sus piernas. Un potente rayo de luz que atravesaba el suelo de su
habitación y que amenazaba con dejarla no sólo desconcertada, sino también
ciega. ¿Venía de su interior todo aquello? ¿Qué significaba? Llevaba varios meses
sintiendo profundos e interesantes hormigueos que se resbalaban desde la parte
inferior de su vientre, hasta aquel pequeño botón rosado que formaba su clítoris.
No le dio importancia, lo ignoró una tras otra, tras otra, tras otra vez. Tantas veces que pensó desfallecer o perder su
mano al derretirse si intentaba calmarlo. ¿Cuánto tiempo había pasado
intentando enmascararlo? ¿Intentando olvidar el nombre que invocaba la imagen
de la persona causante de aquellas sensaciones en su cuerpo? Y es que cuanto
más intentaba olvidarlo, más se personificaba en su inconsciente, más crecía,
más necesitaba alimentarse. Cuanta menos importancia creía otorgarle, más
ganaba la importancia engullendo conexiones en su cerebro, acaparando rincones visibles
e invisibles. Ahora… ahora era demasiado tarde, había explotado.
miércoles, 4 de mayo de 2016
El caminante
Caminaba cojo, arrastraba su pie derecho como quien arrastra
un enorme saco lleno de desperdicios. Una línea profunda en la tierra iba
quedando a su paso, y era sencillo intuir perfectamente donde se encontraba en
cada momento, por los resoplidos que iba exhalando mientras andaba. A su
alrededor austeridad, un enorme desierto ocre. Sin embargo, la temperatura no
era elevada como cabe esperar en los desiertos. Allí, la temperatura era muy
baja, por ello entre resoplido y resoplido, el caminante contribuía con espeso vaho
blanco a la atmósfera del lugar. Se trataba de un hombre, era difícil definir
su edad exacta, e incluso disponer de un margen aproximado de la misma, pues a
causa de su famélico cuerpo y la suciedad que lo cubría por completo, podría
tratarse tanto de alguien muy joven como de un completo anciano. Estaba ya
oscureciendo, rayos de luz rojizos rebotaban sobre la tierra engullendo la
frágil figura de aquel hombre desconocido que parecía caminar sin un rumbo
fijo. Y quizás fuesen sus pasos quienes le llevaban a él sin control, como
movidos por una fuerza sobrenatural e incontrolable. Era probable que aquel
hombre llevase sin comer y beber varios días. Muchos más de lo que cualquier
ser humano podría aguantar y, sin embargo, allí estaba, de pie y avanzando.
Cuando la luna se alzó sobre su cabeza, los ojos de aquel hombre
resplandecieron con la misma intensidad que la luz de la propia luna. Y en un
violento destello, la piel del hombre se deslizó por el cuerpo y cayó sobre la
arena, dejando al descubierto un enorme zorro anaranjado de intensa mirada amarilla.
El zorro olisqueó los restos de lo quedaba de su antigua esencia humana sobre
la arena, se los comió y observó con sus nuevos ojos, el horizonte vacío del
desierto. Pareció atisbar algo en algún lugar entre aquellos millones de granos
de arena. Entonces echó a correr y con su afilado hocico recogió entre los
dientes una pequeña piedra luminosa. La soltó con delicadeza y lamió su
superficie cargándola de calor. La piedra brilló aun más y voló hasta el cielo.
La vieja estrella caída volvía a reunirse con sus compañeras.
viernes, 29 de abril de 2016
Intrusos en casa
Su casa nunca fue hogar de muchos roedores, sin embargo,
últimamente su presencia parecía haberse incrementado peligrosamente. Estaba
segura, y aunque desde hacía algunos meses no había tenido la oportunidad de
verlos directamente, si que escuchaba constantemente sus manitas rascar contra
el suelo de madera de toda la casa. Una vez incluso, le pareció ver una sombra
desde aquel minúsculo agujero de su cuarto que daba directamente al sótano.
Eran curiosas aquellas criaturas, su hiperactividad se incrementaba cuando
estaba sola. Tenía la sensación de estar enloqueciendo, junto al aumento de los
roedores los olores de la casa parecían haberse modificado ligeramente. Además,
a causa del estrés por la plaga también estaba perdiendo memoria, sus cosas a
menudo se extraviaban. Bajó al sótano. Con una mano sobre el picaporte y en la
otra una bolsa de veneno, se dispuso finalmente a enfrentarse a los intrusos.
Sin embargo, cuando abrió la puerta no fueron ratones ni ratas lo que encontró.
Frente a ella: fotografías suyas mientras dormía, algunos de sus objetos
perdidos y un cuchillo con una nota: “Juntos para siempre”.
sábado, 23 de abril de 2016
Casa África: Purorrelato III
Les dejo con la publicación del recopilatorio de relatos cortos seleccionados en el concurso de la Casa África del año 2015, en el que se encuentran dos relatos míos:
Dulce llanto, en la página 40 y Calurosas llamas en la página 45. Lo pueden leer siguiendo este link:
viernes, 22 de abril de 2016
Ahora o nunca
Estaba sentada ante su máquina de escribir, la miraba con
cierto tono de desconfianza. Cuando observaba las teclas oscuras sólo le
llegaban a la cabeza palabras negativas. “¿Por qué solo seré capaz de escribir
sobre lo malo de la vida?”, pensó. Marta continuó sin hacer mucho más que
observar aquella vieja máquina de escribir durante bastante más tiempo.
Cualquier observador ajeno hubiese pensado que andaba perdiendo el tiempo, pero
alguien con más sensibilidad se hubiera dado cuenta de que en realidad estaba
aprovechándolo al máximo, como nunca antes lo había hecho. De repente la cara
de Marta se puso muy roja, tan roja que parecía que iba a estallar en cualquier
momento. Quizás fuera por la desesperación de no lograr salir de su círculo vicioso
de oraciones oscuras, o por no ser capaz de salir de aquellas temáticas tristes
que siempre la perseguían. Pero lo cierto, es
que su radiactivo rojo iba creciendo a velocidades vertiginosas.
Marta se concentraba, se concentraba tanto que se había olvidado
de respirar. Curiosamente, fue a causa de aquel olvido que nació Ahora. Ahora nació del asombro, ni ella ni Marta esperaban su repentina
creación. Ahora era efectivamente una
palabra, pero no era una palabra escrita sobre papel, ella era una palabra
vomitada, fruto de un estallido, de un enorme torrente de otras palabras que se
habían agolpado en el interior de la cabeza de Marta y que a causa de su enorme
concentración habían subido de temperatura. Fue tanto lo que se quemaron que
algunas de ellas, protegidas por un grueso colchón de otras de su léxico, alcanzaron
los grados necesarios para cobrar vida propia. Sin embargo, fue Ahora, con la súbita fuerza de su
reciente conciencia, quien pudo saltar desde la oreja derecha de Marta hasta el
suelo.
Aquel momento sin duda fue traumático para ambas. Marta
sintiendo de repente las terribles ganas de respirar, dio una profunda bocanada
de aire y justo en aquel momento sintió un fuerte estallido en su oreja. Dolió,
muchísimo, como esas ocasiones en las que los tímpanos parecen estallar porque
necesitan recomponer su forma tras subir a mucha altura, pero multiplicado por
diez. Por unos minutos Marta no fue consciente de la nueva vida que observaba
sorprendida y asustada desde el suelo. Necesitó unos minutos para recomponerse,
tomar aire y reponerse del enorme dolor de oído. Cuando fue capaz de levantarse
y en un profundo impulso por alejarse de aquella máquina de escribir que la
acosaba y que le recordaba la mediocridad de sus ideas, sintió que su pie
izquierdo descalzo pisaba una superficie blanda y viscosa. Sin duda orgánica.
Su cuerpo, como en muchas ocasiones en las que siente y es
consciente de una textura como aquella, reaccionó rápidamente obligándola a dar
un enorme salto. La sensación de desagrado viajó como un rayo desde la planta
de su pie, eléctrica, por su pierna, subiendo por la espalda hasta llegar a su
cerebro dejando a su paso un largo rastro helado. De su boca se escapó un “ah”
ahogado que, sin embargo, no tendría ni un punto de comparación con el “AH”
profundo y fuerte que salió por su boca al dirigir su mirada al suelo y ver a
aquella pequeña palabra viscosa, con redondos ojillos que la observaban desde
abajo, no sin cierto resentimiento por haber sido pisada.
Y en este punto todos nos preguntamos: “¿Cómo puede tener
ojos una palabra?” “¿Cómo puede siquiera alcanzar una forma orgánica?” Quizás
la respuesta esté en las fuerzas que ponga uno al pensar algo. Quizás Marta
había superado el umbral de poder de concentración del ser humano y esta era
una de las consecuencias de ello. Tras este chocante encuentro, Marta fue
corriendo al baño, sin duda creía que aquello no podía ser más que consecuencia
de las altas horas de la madrugada y el tiempo que había pasado sin dormir. “¿Qué
ha sido eso?” “¿Lo he visto de verdad?”, pensó mientras cerraba de un portazo
la puerta y respiraba entrecortadamente. Dejó que pasara algo de tiempo y,
convencida finalmente de que todo aquello era producto de su imaginación,
decidió ir a la habitación donde había sucedido todo y comprobarlo.
Cuando se acercó a la puerta del escritorio, todo estaba
sumido en una oscuridad profunda más espesa de lo que recordaba. Además, el
aire estaba impregnado por una extraña fragancia, como de cera de vela
derretida, muy intensa. Sin embargo, no recordaba haber encendido ninguna,
había estado trabajando con una pequeña lámpara eléctrica. A pesar de que
estaba convencida de su decisión de que todo era producto de su imaginación,
sentía miedo, mucho miedo. Es por ello que sus pasos eran inseguros y dar cada
uno de ellos le costaba infinitamente. Le pareció escuchar sonidos, algunas
hojas moviéndose quizás, y de entre el viento que se filtraba por su ventana le
pareció escuchar un “ahora”, muy bajito, con voz débil y algo aguda. Marta
logró alcanzar el interruptor de su lámpara, por lo que la luz se extendió
sutilmente alejando al fin la negrura. Echó rápidos vistazos a toda la
habitación y respiró profundamente aliviada al no ver a aquel ser por los
alrededores.
Sin embargo, tras observar en mayor profundidad, se fijó en
un montículo de folios cerca de la papelera. Hojas arrugadas que había
intentado lanzar a su interior, pero que a causa de su torpeza no había
conseguido introducir y se habían amontonado. La imagen era muy recurrente en
todos los lugares donde solía aislarse para escribir a solas, odiaba tener que
compartir ese espacio con alguien más, su soledad era sagrada. Y es que
escribir era su mayor hobby, y como gran pasión que era, lo hacía constantemente
durante horas, a pesar de ello, la mayoría de veces decidía que el único lugar
digno para aquellas hojas llenas de palabras era la basura. Sin embargo, en
aquella ocasión a Marta le pareció que el montículo de folios desechados era más
grande de lo normal. Además, entre el juego de las sombras que generaba la poca
luz de su lámpara, le pareció percibir movimientos extraños. Se acercó a
regañadientes, siendo en realidad plenamente consciente de lo que iba a suceder
a continuación.
Con las manos cautelosas, como cuando tienes que recoger los
restos de basura que no han llegado a entrar en la bolsa, y con una expresión
de asco en la cara, Marta levantó algunas de las hojas y redescubrió el fruto
de su creación: Ahora. Esta vez se
obligó a enfrentar a la palabra, a pesar de la reacción desmedida de su cuerpo
que le gritaba que saliera de nuevo corriendo. La palabra estaba encogida,
temblorosa y no fue hasta varios segundos después que se atrevió a mirar a su
creadora a los ojos con sus propios ojillos acuosos. El tiempo pasó entonces
lento, compuesto tan solo por unos segundos, pero dilatado por el silencio que
pesó como una enorme losa sobre sus cuerpos. Fue un ahora pronunciado por la palabra el que rompió aquel incómodo
estadio. Y como si aquello hubiese sido tan solo la punta del iceberg que
escondía un gran torrente de energía, los ahora
comenzaron a fluir desenfrenados por aquella palabra que observaba a Marta
con muchísima más confianza en sí misma. Marta no podía sino mirarla
desconcertada en un principio, para luego escrutarla con ira y desagrado cuando
ya hacía más de media hora que la
palabra no paraba de pronunciar lo mismo una y otra vez mientras daba saltos
exaltados.
Marta entonces estalló: “Para, ¡para! ¿Es que no sabes decir
otra cosa?”, gritó. Entonces Ahora la
miró desconcertada, parecía que había menguado, la palabra viviente se quedó
callada unos segundos perpleja, mirándola con enormes ojos, y no porque estos
hubiesen crecido sino porque era el cuerpo el que se había hecho cada vez más
pequeño mientras que los ojos habían conservado su tamaño original. Ahora o nunca. Fueron las palabras que
pronunció la criatura y que inesperadamente rompieron el silencio que se había
vuelto muy pesado. Entonces los enormes ojos de la criatura se cerraron y su
cuerpo se secó generando decenas de hojas de papel quemadas. Marta parpadeó con
mucha fuerza varias veces seguidas, sin duda aquella experiencia había sido la
más extraña de su vida. Fue a la cocina, se hizo un té bien caliente, se sentó
frente a la máquina de escribir y empezó la frase de su nueva obra literaria con
un contundente Ahora.
miércoles, 3 de febrero de 2016
sábado, 23 de enero de 2016
Cuando el sin-dormir viene
Me miro dentro, y en ese adentro no hay nada. Los ojos
abiertos, abiertos incluso cuando los siento cerrados. Me doy la vuelta, y
vuelvo a moverme muy rápido porque hay algo dentro del estómago que me impide
dormir. Y entonces me concentro, me concentro en mi cuerpo y en mi mente al
mismo tiempo, los siento a ambos como una carcasa vacía. Siento los años, el
peso del tiempo. Siento las expectativas buscándome. Siento la voz dulce y
lejana de una niña que me susurra muy bajo pero constante: “¿Qué has hecho? ¿Es
suficiente?” Los ojos ajenos de ti, de la idea de ti observándome fijos,
juzgándome. La mirada irrompible que al final acabó quebrándose, porque ninguna
mirada, aunque llegué a pensarla inquebrantable, es ajena a la caída. El final
de las noches con mi propia mirada observándome, esperando encontrarse con algo más que una
carcasa vacía.
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