Las voces de la calle son distantes, las escucho cerca sí,
pero comprenderlas es difícil. Balbuceos confusos. Ante mis ojos pasan rostros,
caras enormes que se quedan mirándome, escrutadoras. Siento que todos esos ojos
intentan entrar de alguna forma en mi mente, juzgar lo que ahí guardo, mis
secretos, mis recuerdos oscuros, mis inseguridades, mis dudas. Algunas miradas
me son familiares, pero cuando se acercan solo quiero huir, salir corriendo.
¿Se están cerrando mis párpados? Estoy segura de que ahora mis ojos son muy
pequeños. ¿Se habrán dado cuenta los demás? Sí, no hay duda de ello, debo
intentar mantenerlos muy abiertos. Cada paso es una tarea arriesgada, siento la
presencia de peligro, debo estar alerta. ¿Por qué se acercan a hablarme? No sé
qué decir, qué contestar, sólo quiero que me dejen sola para no tener que
seguir manteniendo la compostura. Estoy haciendo el ridículo. Sí, lo estoy
haciendo, por eso todos sonríen y ríen. Me alejo de la multitud. Camino errante
por calles que conozco al dedillo de día, pero que ahora parecen haberse transformado
en un complejo y retorcido laberinto. ¿Se están oscureciendo los bordes de mi
entorno? ¿Por qué me es tan difícil enfocar la mirada? Un túnel. Eso, un túnel
oscuro que se va cerrando en torno a mí. Creo que es el momento de huir a casa,
encontrar un taxi y fingir por última vez antes de irme a
dormir.
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